El pasado agosto, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, elevó su mirada al cielo, abierto de brazos en medio de los jardines de la Casa Blanca, y afirmó ante una turbamulta de periodistas: “Yo soy el elegido”. Días después aclaró que el comentario mesiánico era una broma. Lo cierto es que el hombre que asegura nunca haberle pedido perdón a Dios, lleva años intentando acercarse al núcleo duro de la religión evangélica para retener a las bases más conservadoras en su propósito de ser reelegido en 2020.Seguir leyendo.